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El Manual de Maquiavelo

El fin de una era

Francisco Ledesma

Felipe Calderón despertará de un sueño en un plazo de noventa días, donde su peor pesadilla se hará realidad. El michoacano, hace seis años se hizo del poder presidencial en medio de una muy cuestionada elección presidencial, y donde se propuso mantener el poder para su partido, mismo que perdió desastrosamente el pasado 1 de julio, y deberá –ya confirmado por resolución del tribunal electoral- entregar la banda presidencial al priísta Enrique Peña.

Concluirán doce años de gobiernos panistas en la Presidencia de la República, que fueron insostenibles frente al desastre felipista en su acción legitimadora que lo llevó a una irracional e incontrolable guerra contra el narco.

El panismo, que con tantas y tan altas expectativas arribó al poder, se va en el peor de sus escenarios. En un devastador tercer lugar, sumidos en escándalos de corrupción simbolizados por la estela de Luz, que buscó conmemorar la Independencia, pero el monumento sólo recuerda el despilfarro, la falta de planeación, la inconmensurable improvisación y la desesperanza.

Por encima del resultado electoral del 1 de julio, ya validado por el órgano jurisdiccional, estamos frente a un momento histórico y una nueva transición política. El próximo 30 de noviembre, concluirá la primera etapa del panismo, y al día siguiente, dará inicio el segundo periodo del priísmo –que tuvo una pausa de doce años-, luego de haber gobernado 71 años del siglo veinte.

Insuficiente es pretender la atribución de la derrota a una candidata que no despegó, a una campaña electoral fallida o a un desgaste de poder que culminó con el inminente regreso del PRI a Los Pinos.

Al PAN se le conjugaron un conjunto de cosas: abusos de poder, opacidad en su ejercicio, procesos antidemocráticos internos, violación a sus principios y estatutos, crisis económicas y sanitarias, y la agudeza de una inseguridad que parece imparable, producto de los tumbos de un gobierno deslegitimado.

A más de una década de la alternancia se deberá hacer un balance general del panismo. Con sus claroscuros, sus anécdotas, sus aciertos y sus yerros, que permitan dejar en el balance lo que nos dejaron sus gobiernos.

Desde los head hunters foxianos que arrojaron conflictos internos entre Santiago Creel y Jorge G. Castañeda, hasta revelaciones como Josefina Vázquez Mota que alcanzó la candidatura presidencial que devastó al panismo, pero no fue única responsable. Sin olvidar otros muy grises, como El rey del ajo –Javier Usabiaga-, y Reyes Tamez al frente de Educación, exiliados en el Partido Nueva Alianza, como Fernando Bribiesca –hijo de Marta Sahagún-.

Hasta el amiguismo que caracterizó a Calderón, quien privilegió a sus amigos y paisanos. Ahí en su gabinete, destacaron los paisanos César Nava, Germán Martínez y Salvador Vega, todos de Michoacán. También los compadrazgos que estrechó desde San Lázaro, de la mano de Juan Camilo Mouriño y Francisco Blake Mora –ambos fallecidos en la sospecha de accidentes aéreos-.

Pasando por los familiares incómodos como Mariana Gómez del Campo y Juan Ignacio Zavala que alcanzaron distingo partidista, y remataron con el orgullo de su nepotismo en la candidatura fallida de su hermana Luisa María por la gubernatura michoacana, y hoy ungida como senadora de la República.

Pero no todo está perdido para el panismo. Los calderonistas ya tienen su acomodo en posiciones de privilegio. Allá van los Cordero, los Lozano, los Gil y hasta los Cortázar, para ser parte del Congreso de la Unión. El partido secuestrado por una plutocracia –conformada por nuevos ricos-, a la que se atribuye en gran medida de su derrota, de su defenestración, de su fracaso, donde nadie asume culpas.

Lo que resta es la definición de agenda, para que la transición política en puerta no quede más como una anécdota.

La tenebra

Políticamente viene la etapa de la transición. La futurología ha comenzado a trazar rutas sobre el posible gabinete de Enrique Peña, y las prioridades de su gobierno: seguridad y empleo.

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