Redacción
Aún cuando todavía no inician formalmente los procesos de precampaña señalados por la Ley Electoral, los siete aspirantes presidenciales -número al que se ha reducido las personas que podrían convertirse en Presidente de la República a partir de diciembre de 2012- sostienen actividades de proselitismo abierto lo que viola de forma flagrante la normativa en la materia, y que prohíbe concentraciones ciudadanas, debates públicos y promociones personales hasta en tanto no inicien los tiempos destinados a tal actividad.
Con un Instituto Federal Electoral, que aparte de incompleto -por contar sólo con 6 de 9 integrantes- y que responde a cuotas partidistas, por ahora permanece omiso frente a la actividad de proselitismo que han emprendido los tres partidos políticos de mayor relevancia en el país. Mientras que los otros cuatro partidos se encuentran a la espera de formalizar las alianzas electorales, y sumarse a las candidaturas de las tres principales fuerzas políticas del país, sin que medie de por medio la conciliación de plataformas electorales o precandidaturas.
A diario, recorren el país los tres aspirantes panistas a la Presidencia de la República. Lo mismo encabezan conferencias de prensa, concentraciones con la militancia de su partido. Hacen un proselitismo manifiesto en donde hay campaña legal, como por ejemplo Michoacán, donde acompañan a la candidata a la gubernatura Luisa María Calderón Hinojosa. Antes realizaron el mismo procedimiento en el Estado de México, durante las campañas para gobernador, en apoyo a Luis Felipe Bravo Mena. Y así, palmo a palmo, los tres aspirantes panistas Santiago Creel, Josefina Vázquez Mota y Ernesto Cordero realizan una precampaña fuera de tiempo, espacio y lugar, según lo marca la Ley Electoral, hasta los meses de diciembre y enero próximos.
En el PRD, las cosas no marchan distinto. El tabasqueño Andrés Manuel López Obrador realiza giras a lo largo y ancho del país. Se presenta como el líder del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y desde esa plataforma, lanza sus proyecciones electorales. Recientemente se reunió con empresarios en Monterrey, y habla, actúa y declara como si estuviera en una contienda electoral. En el ánimo retador hacia el puntero en las encuestas, y la convicción de alzarse con la candidatura de las izquierdas. Del otro lado, Marcelo Ebrard, que aprovecha el posicionamiento de su encargo público para hacer sentir su voz, sus ideas, su proyecto de país, y su proselitismo encapsulado en el espacio del poder público y del ejercicio del gobierno.
Y los priístas tampoco pierden el tiempo. Ellos están en lo suyo. El posicionamiento electoral, la «cargada» hacia el candidato favorito. Los destapes televisivos. Los subterfugios del proselitismo. Enrique Peña Nieto, ya sin la careta del gobernante, habla más abiertamente como un candidato. Promete estado eficaz, crítica a gobiernos panistas y guarda silencio sobre los pendientes de su gobierno. En la acera de enfrente, Manlio Fabio Beltrones, que confronta las ideas, que concilia, que pacta con la nomenklatura, y le tiene sin cuidado la popularidad de su rival. Ambos insertos en debates, fuera de tiempo, violando la Ley, pero con el argumento de que son ideas para construir su plataforma electoral. Y todo se vuelve campaña encubierta.
En el imaginario social, la percepción de que ya estamos en campaña. Los nombres que quieren ser hombres de Estado. Las promesas de siempre, los proyectos de toda la vida. Las ideas rebuscadas, los diagnósticos interminables, los partidos políticos alejados de los social. Los medios que los critican, los medios que les aplauden. Los empresarios que apoyan, los que se mantienen al margen. Los grupos políticos en una lucha encarnizada. Y la apatía ciudadana que domina el escenario. Los gobiernos de coalición. La cláusula de gobernabilidad. La lucha contra el narco. La corrupción. La dictadura perfecta. El tráfico de influencias.
La lucha por los votos. La guerra sucia. Los spots de productos mágicos que ofertan candidatos. El acarreo de votantes. El clientelismo electoral que predomina. El acercamiento de seis meses y el olvido de los seis años. La ley electoral vuelta letra muerta. Y el cuento de nunca acabar.