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OFF THE RECORD

Toluca, Edomex. 19 de mayo de 2015.- A Emilio Chuayffet parece hundírsele el barco en la Secretaría de Educación. Hace unas semanas le renunciaron a Carlos Acra de una posición estratégica en la Conade por órdenes de Alfredo Castillo. Ayer renunció a su cargo, Marco Antonio Abaid Kado como Oficial Mayor de la dependencia encabezada por el mexiquense. Abaid es uno de los hombres más cercanos al peñismo y fue sustituido por el exgobernador de Campeche, Jorge Carlos Hurtado

Marco Abaid es un longevo funcionario público vinculado con la clase libanesa radicada en Toluca. Trabajó largo tiempo en la secretaría de Finanzas. En el sexenio peñista se convirtió incluso en secretario de la Contraloría. Al ascenso al poder de Chuayffet se volvió Oficial Mayor. Ayer Emilio prescindió de los oficios de Abaid, aunque todo apunta a establecer que se trató de una orden superior. El exmandatario estatal luce muy atado de manos en su encargo, que para su nivel resulta una ofensa.

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Las campañas electorales hasta ahora se caracterizan por una “guerra de lodo” que poco contribuye a alentar la participación sino que por el contrario parece generar alejamiento de las urnas. Todos los partidos salpicando desprestigio en contra de todos. No hay partido que se salve de violar la legalidad o de contar candidatos metidos en acciones criminales o de corrupción. Las traiciones parecen una tarea cotidiana en el actual proselitismo.

Hasta ahora lo que menos se escucha son las propuestas de la campaña. Los candidatos apuestan más a su imagen en lonas y espectaculares que a su oferta política. La mercadotecnia electoral ha rebasado por mucho la fuerza de las ideas y de los proyectos electorales. Todos buscan aparecer de la mejor manera y con mayor presencia que su adversario. Las campañas parecen vendernos productos milagro sin decirnos las fórmulas mágicas para resolver todos nuestros males.

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David Korenfeld y Apolinar Mena representan una clase política enquistada en el poder, benefactora del uso de privilegios que otorga la función pública, acumuladora de riqueza personal y abultados patrimonios, y acostumbrada al despilfarro del dinero público. Ambos despedidos deberán aguantar el ostracismo por indefinido tiempo, aunque cuesta trabajo pensar que su castigo es para siempre. Tarde que temprano, estarán de regreso para formar parte de la nómina.

En ambos casos, resulta ingenuo pensar que actúan sin el consentimiento o conocimiento previo de sus jefes, también acostumbrados al tráfico de influencias, el conflicto de interés y la corrupción como parta de una normalidad que aplica la premisa de “hágase la ley en los bueyes de mi compadre”. En ambos cosas funcionó la valentía de la sociedad civil, pero estuvo lejos de poner al descubierto lo que a diario podemos imaginar qué ocurre en la estructura de gobierno.

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