Toluca, Edomex. 13 de julio de 2015.- La fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán es la crisis de credibilidad más profunda que atraviesa Enrique Peña Nieto, que rebasa incluso a los casos de Ayotzinapa y Tlatlaya. La evasión de líder del Cártel de Sinaloa implica la mayor afrenta cuando restan menos de 50 días para rendir su tercer informe de gobierno. Su permanencia en Francia, como parte de una visita de Estado, denota para los analistas parte de su proclividad a evadir una realidad, y de un resquebrajamiento institucional.
La pérdida de credibilidad frente a la sociedad mexicana y la comunidad internacional es irrefrenable. Hay la sospecha manifiesta sobre una inherente complicidad de las autoridades por dejar libre al enemigo favorito de los últimos años, aunque se carece de argumentos para afirmarlo. La corrupción como un hilo conductor por descubrir la capacidad del crimen por corromperlo todo, y lograr un desenlace novelesco, pintoresco, apoteósico para quien hasta el pasado sábado, era paradójicamente, el mayor éxito del gobierno peñista en el combate al narcotráfico. En la cima por su detención en febrero del año pasado, hoy en la sima por la evasión del líder criminal.
Cuando la crisis se podría sortear con cambios drásticos en su gabinete, el peñismo dio un espaldarazo a Miguel Ángel Osorio Chong, como titular de Gobernación y principal responsable de los reclusorios federales. La máxima autoridad de lo que pasaba en el penal de máxima seguridad era el hidalguense, y por lo tanto, su defenestración era parte del control de daños. Pero Enrique Peña lo mandó a apagar el fuego de un incendio que en el fondo fue provocado por su negligencia u omisión. Fallaron los sistemas de inteligencia, también a cargo de Osorio, y eso es innegable e inaceptable.
Debieron pasar meses en la construcción de un túnel que daba justo en la celda de “El Chapo” Guzmán y conectaba con una vivienda en obra negra. Por un lado refleja un amplio conocimiento de quien construyó el túnel sobre la arquitectura de la cárcel federal; por otra parte, se advierte una grave inacción del gobierno que parece inconcebible a sabiendas de la reclusión de El Chapo Guzmán, quien ya se había fugado en una ocasión del penal federal de Puente Grande, en Jalisco. La red de complicidades puede ser tan amplia que exige decisiones inmediatas y cambiantes en los tomadores de decisiones de la seguridad del país.
La autocomplacencia con que salieron a declarar Arely Gómez y Monte Alejandro Rubido representa una vergüenza y una ofensa para el país. No asumieron responsabilidad alguna y todo lo atribuyeron a la destreza del narcotraficante. En lo más mínimo hubo una autocrítica o un planteamiento reflexivo sobre el rebase del crimen organizado a las organizaciones del Estado. La máxima seguridad en las cárceles federales es una mera simulación. Ausentes estuvieron las explicaciones o las razones de una fuga que para muchos parecía predecible, pero para la clase gobernante debió plantearse como inconcebible.
Para que la cuña apriete debe ser del mismo palo. La fuga de “El Chapo” Guzmán se consumó en la tierra natal de Enrique Peña Nieto, entidad que ha visitado en 40 ocasiones como presidente de México. La vulnerabilidad de autoridades federales y estatales puestas al descubierto. La credibilidad de quienes presuntamente manejan la gobernabilidad del Estado de México hecha añicos. Ninguna frase ni un renglón de parte del gobernador o su protagónico secretario de gobierno. En la política del avestruz han preferido ocultar la cabeza ante un asunto que considerarán de absoluta competencia federal, pero en donde el gobierno mexiquense no puede abstraerse.
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