Toluca, Edomex. 4 de marzo de 2016.- Este viernes, el PRI cumple 87 años de su fundación como partido político. Acompañado de su longevidad, el priísmo mexiquense es hoy en día el de mayor influencia entre la clase gobernante del país. A 15 meses de la elección de gobernador en el Estado de México, y sin candidatos de por medio, resulta un trabuco electoral que le tiene prácticamente garantizado el triunfo. La oposición se mantiene agazapada, confrontada en su interior, sin estrategia o recursos financieros y humanos suficientes para vencer al PRI.
De ahí la razón por la que genera tanta especulación y expectación la baraja de posibles precandidatos priístas a la gubernatura mexiquense. En las condiciones actuales, la contienda electoral real es la selección del candidato del PRI, para avizorar que se convertirá de facto en el sucesor de Eruviel Ávila. El nombre del candidato o candidata priísta a la gubernatura del Estado de México surgirá en un plazo de diez meses, tiempo suficiente para generar amplias conjeturas sobre lo más conveniente para el futuro del PRI local.
Son varios los factores que deciden la candidatura del PRI. Uno que parece fundamental es la influencia y el equilibrio que juegan los exgobernadores, algunos más vigentes que otros. Del Mazo, Montiel y Chuayffet son los de mayor jerarquía. En menor rango, pero con alguna incidencia están Camacho, Pichardo y Baranda. En gran medida, algunos traen sus propias cartas o bien apostarán por alianzas de grupo. La garantía para el Grupo Atlacomulco es la prevalencia de la unidad, para mantener su cuota de privilegios desde el poder.
Nunca como ahora, el más reciente exgobernador mexiquense despachaba desde Los Pinos, y desde esa condición tiene el ejercicio del poder para imponer a su propio delfín político. Ya en una ocasión, a Enrique Peña Nieto se le descompuso la selección de candidato, lo que derivó en el ungimiento de Eruviel Ávila y el desclave de Alfredo del Mazo Maza, cuando ya se tenía listo su registro ante el partido. Hoy Peña Nieto, requiere de una sucesión óptima en el Estado de México, como condición para la sucesión presidencial de 2018.
En la oposición, las cosas simplemente no pintan favorables. A un año de las campañas electorales, no hay una candidatura visible que se erija como una figura emblemática, que le pueda hacer frente al candidato del sistema. En mucha de la estructura del PAN y del PRD, se identifica que los operadores políticos más eficientes son expriístas, como muestra indudable de la influencia que tiene el PRI al interior y al exterior.
Hasta ahora, la única forma de hacer competitivo el escenario electoral del año próximo, es una alianza opositora entre PAN y PRD, que permitiera equilibrar los bastiones electorales de uno y otro en la zona del Valle de México. Morena es una incógnita. El PRI por su parte, sigue ocupado de posiciones nombres y nombres en la sucesión, para que la verdadera contienda siga enfrascada en el ungimiento del partido en el poder, que cimentado en el Grupo Atlacomulco ha dominado la escena electoral de los últimos 80 años sin alternancia política en el despacho de Eruviel Ávila.
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