Juan Carlos Núñez Armas*
En días pasados la empresa Twitter determinó suspender la cuenta oficial del aún presidente Donald Trump y se inició un debate sobre la legitimidad de esta medida. Como continuación del tema de la semana pasada, en esta ocasión quisiera reflexionar sobre este hecho. Y voy a hacer este análisis sobre la censura, o no, de las redes sociales, no para evadir la discusión de problemas como la crisis sanitaria o la de seguridad, sino porque lo considero importante, justamente porque es un problema de interés público.
Empecemos por revisar la importancia de Internet en nuestro país. Según la investigación del INEGI, en México, existen 80.6 millones de usuarios de la red, de los cuales se calcula que 31.4 millones de tienen cuentas de Twitter. De acuerdo al sitio Hootsuite el 17 % son cuentas monetizables es decir, cuentas con actividad diaria y que ven anuncios frecuentemente. Hasta el presidente López Obrador ha mencionado la necesidad de entrar a un debate sobre el tema. Aquí les presento mi punto de vista.
Para tener una cuenta de Twitter la empresa te pide que le proporciones un correo, un número telefónico, aceptes las condiciones de servicio y elijas un nombre de usuario y contraseña. El caso es que, con la suspensión de la cuenta de presidente Trump, se ha iniciado un debate sobre la censura y la posibilidad de que se haya atentado contra la libertad de opinión. Cuando abres una cuenta de la empresa Twitter aceptas varias medidas que te imponen, principalmente sobre el contenido de lo publicado, como la difusión de pornografía, el plagio de textos o la difusión de fake news.
Si faltas a estas reglas aceptadas, primero te hacen una advertencia y, si reincides, suspenden las cuentas que infringen sus normas. Esto pasa todos los días por lo que no es de extrañar que cualquier persona, por muy presidente que sea le suspendan su cuenta. Por otro lado, también tendríamos que preguntarnos si tenemos la cultura ética y democrática para poder discriminar entre una noticia falsa y una información constructiva.
Y así se podría preguntar ¿por qué a Trump y no a otros? Lo cierto es que frecuentemente la empresa Twitter suspende cuentas por infringir sus reglas. Vale preguntarnos entonces qué ley rige a las redes sociales y si una legislación local puede obligar a una empresa internacional a que cumpla sus disposiciones. A partir de las reglas de Twitter los usuarios somos responsables de lo que comunicamos. En el caso del presidente estadounidense es claro que justo esta red lo ayudó a llegar al cargo que hoy ostenta, es decir aceptó las reglas y se benefició al usar el servicio que le ofrecieron, aunque hoy parecen perjudicarle.
Escuché un comentario en la radio en el que se preguntaban si el dueño de un bar podría imponer a sus clientes la prohibición de no insultarse dentro del establecimiento, tratando de hacer al bar similar a la red social en cuestión. Aquí se genera un falso dilema entre la libertad de opinión y la censura, porque a Trump no se le suspendió la cuenta por la ideología que tiene sino más bien por incitar al odio y a la insurrección.
Así las cosas, entonces, en mi opinión, ha llegado el momento de exigir que las redes sociales, independientemente del número de usuarios que tengan, combatan abiertamente las fake news. Twitter es una red de interés público con un inmenso poder relacional. Es un servicio que sanciona, verifica y comercializa los datos que nosotros mismo le damos. Debemos tener presente que, como empresa, hace negocios y que su finalidad es también entregar ganancias a los accionistas y dueños de la red social.
Pero, la suspensión de la cuenta del presidente norteamericano refleja otros aspectos del problema de la incitación a la insurrección pues hoy se sabe que tal vez pudo haber recibido apoyo de los congresistas republicanos. Los elementos que permiten afirmar esto es que la semana previa al asalto, varios congresistas llevaron grupos a hacer recorridos por el Capitolio. Y resulta que estos grupos no son monjitas de la caridad, son grupos radicales de supremacistas blancos y racistas que impulsan símbolos que atacan y ponen en riesgo el sistema democrático de aquel país.
Algunos ejemplos de estos símbolos, citados por la cadena CNN: la soga y la horca, símbolo de la intimidación racial, que representa necesidad de castigo en este caso a los congresistas que votaron por la certificación de Biden; la banda de los tres por ciento, movimiento de las milicias norteamericanas, “que defienden al pueblo de la tiranía del gobierno”; “Liberen a Kraken” que con la conspiración de QAnon, difundió la idea de un fraude generalizado que no han podido probar; los Proud Boys y la señal Ok, grupo de ultraderecha que apoya a Trump; la bandera de Kekistán que representa un país de broma inventado en la línea 4chan, mezcla entre bandera nazi en colores verde, blanca y negra; banderas históricas modificadas, representan la batalla confederada con rifles de asalto y la leyenda “ven y tómalo”; Guardianes de juramentos, grupos de milicias encargados de proteger al país y defender la constitución; la bandera “America First”, que representa la política exterior del aun presidente y que, aliados a la ADL, se llaman “grupo supremacista blanco”.
Como vemos, la decisión de suspender la cuenta de Twitter y otras redes sociales como Facebook e Instagram, obedece a una amenaza real contra la estabilidad política y democrática de aquel país que puede desembocar en una inestabilidad aún mayor por la insurgencia y aliento de estos grupos radicales.
Quisiera recordar una frase de Gandhi: “la paz es el camino”, así como las palabras bíblicas “la verdad os hará libres”. Impulsemos decididamente la cultura de paz. Aprendamos con responsabilidad, a cultivarnos en valores que formen ciudadanos, como la ética y la responsabilidad social, el riesgo de caer en la tentación de la violencia es alto y sólo la prudencia y sensatez de los actores políticos y sociales puede generar un clima de sana convivencia pacífica.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM. Y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.
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