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El Manual de Maquiavelo

Los factores del poder   Francisco Ledesma  

En las últimas semanas ha devenido una serie de imputaciones sobre quien se ha calificado el diputado 501. El gobernador Enrique Peña Nieto, en medio de acusaciones, desde la oposición y hasta grupos internos de su propio partido, lo han señalado como responsable de frenar la reforma política, que promueve candidaturas ciudadanas, acciones colectivas, reelección legislativa, entre otros aspectos que apuntan a la reforma del Estado.

 

Con una bancada mexiquense robusta, integrada por 45 legisladores –equivalente al 20 por ciento del Grupo Parlamentario del PRI, y casi el 10 por ciento de los diputados en San Lázaro- se entiende el amplío margen de operación política que puede y ejerce Peña Nieto.

 

Sin embargo, en el marco del sistema político mexicano también se debe reconocer que existen factores de poder por encima de las estructuras formales que imponen sus intereses, legítimos o no, pero que marcan la agenda pública del país. Desde ahí, está la pujanza de los denominados poderes fácticos, que también tienen un grupo diverso y disperso de legisladores cabildean, presionan, operan, aprueban y rechazan leyes.

 

Es quizá un fenómeno vigente en la actividad parlamentaria, que pese a la normalidad con la que se ejerce, es la parálisis real de la legislación que pasa aletargada en el escenario nacional. No es siquiera con una cláusula de gobernabilidad –como la propone Peña Nieto- como se puede superar el actual encono en el que se encuentran las deliberaciones parlamentarias que permanecen estancadas desde hace más de 15 años, frente a la insistencia con la que se reclaman la vilipendiadas reformas estructurales.

 

Los sindicatos, y sus cotos de poder, con un entramado de rentabilidad electoral con el cual subyugan a los partidos políticos. Profesores, electricistas, petroleros, mineros y obreros forman parte de ese poder que evita a toda costa se vulneren sus privilegios, la discrecionalidad de sus agrupaciones, la oscuridad con la que manejan sus recursos monetarios, y la antidemocracia con la que eligen a sus dirigentes, y con la que éstos, designan a sus sucesores. En el discurso, defienden los derechos laborales y a los trabajadores.

 

Del otro lado de la mesa, los empresarios. Con esa imagen gansteril que los caricaturiza la izquierda mexicana. Defensores de sus derechos, y sus intereses. Atropelladores constantes y frecuentes de los empleados. Cuentan con el dinero que financia las campañas políticas para que los gobernantes accedan al poder. Son parte esencial de las componendas que se firman en campaña, y se cumplen en el gobierno. En el discurso, son parte fundamental de la estabilidad económica y social del país.

 

En el conservadurismo, presiona la Iglesia. Institución que vive de la nostalgia del poder político. Negada a una separación Iglesia – Estado desde el siglo decimonónico, se aferra desde su influencia para ejercer una operación política. Se opone a las leyes que ideológicamente la cercenan. El aborto, los homosexuales, el uso del condón y otras reformas de avanzada que contravienen a la divinidad que le da sustento a su dogma. Su capacidad de negociación deriva del índice de catolicismo entre los mexicanos.

 

Mientras que la pantalla lo inunda todo. Lo que no aparece en la tele simplemente no existe. Y esa es una triste realidad para millones de mexicanos. Las televisoras diseñan conductas, construyen candidatos, destruyen mesías, y ahora pretenden, imponer al próximo presidente. Su propósito es mantener su poder o ampliarlo. Nunca disminuir su posición política, mucho menos la económica. Los discursos se moldean para satisfacer al cliente o para destrozar adversarios. Un poder que lo puede (casi) todo.

 

Y no faltan los grupos de la izquierda radical. La que cierra calles, incendia automóviles, amenaza con una revuelta social, grita consignas contra el poderoso, y es víctima de presos políticos. Pero también, cuentan con financiamiento, una ideología robusta, una movilización electoral que inhibe la votación, y que se victimiza frente a la mínima provocación. El discurso del indefenso, de la pobreza y la marginación, inundan su entorno.

 

Al margen, muy al margen, los políticos peleándose las rebanadas de poder formal que sobran. Eso que los poderes no formales ya no ocuparon, pero que empiezan a arrebatar. Con una operación política limitada, los gobernantes electos, deben satisfacer a esos poderes formales, que lo dominan todo, y que sobre cualquier escenario tienen una amplia injerencia.

 

Es por eso que la mitología del diputado 501 queda rebasada. La famosa cláusula de gobernabilidad puede ser insuficiente. Los consensos partidistas se vuelven exiguos. Y los poderes fácticos, sueñan en algún día, sin estar muy lejos de la gama de posibilidades, en poner a uno de los suyos en el poder formal. Y los políticos que se dediquen a otra cosa.

 

La tenebra

 

Eruviel Ávila Villegas ha solicitado que todo su guardarropa se tiña de rojo. La razón, es que los candidatos que han vestido de verde, dentro de la historia reciente priísta han perdido. Ahí están los casos de Eviel Pérez en Oaxaca; Jesús Vizcarra en Sinaloa y el más reciente, Manuel Añorve en Guerrero. Por cierto, en todos los casos, Peña Nieto hizo campaña abierta a favor de los abanderados priístas que se toparon frente a las alianzas opositoras.

 

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