Azteca y su democracia
A nadie debiera sorprender que Televisión Azteca haya impuesto su interés comercial por encima de su responsabilidad social como propietaria de una concesión pública. Televisión Azteca olvida -con dolo- que antes de ser una empresa privada hace uso del espacio radioeléctrico que es propiedad de la nación y por obligación –al menos moral- debiera evitar el empalme de la trasmisión de un partido de fútbol -que involucra a un equipo de su emporio-, por encima de la difusión del debate entre candidatos presidenciales del próximo domingo.
Para Televisión Azteca la lucha por el campeonato de fútbol local resulta de mayor importancia que la competencia electoral por la Presidencia de la República. La inmediatez futbolera que le da su equipo michoacano implica más importancia que la deliberación política y confrontación de ideas de los aspirantes a la primera magistratura del país. Más allá de ser una pelea por el rating, es una afrenta para el Estado mexicano. Es pasar por alto la naturaleza de su concesión pública para implantarse como una empresa acostumbrada a torcer la ley.
La impunidad parece una actividad inercial en la trayectoria de TV Azteca. La toma del canal 40 por parte de un comando armado, sin una justificación jurídica, dio paso a una acción ilegal permitida por un gobierno sumiso y omiso. A diez años de distancia, la señal del canal 40 ha perdido su identidad, repite los contenidos noticiosos, deportivos y melodramáticos que inundan la pantalla de Azteca desde la década de los noventa, tras la privatización de Imevisión en el lejano sexenio salinista. Muy forzosamente, Azteca ha decidido trasmitir el debate por Canal 40, con un impacto por demás limitado, que se concentra en la zona metropolitana del Valle de México.
En la víspera privatizadora de Imevisión, competían Radio Programas de México -entonces propietaria de Radio Red, donde transmitía José Gutiérrez Vivó- y el grupo de inversionistas encabezado por Salinas Pliego. El resultado, conocido por todos, el gobierno optó por la empresa que vendía radios y televisores por encima de quien ya contaba con una amplia experiencia en la industria de medios electrónicos. Y los saldos parecen muy adversos, frente a un duopolio que se ha configurado como un poder fáctico de alcances inconmensurables. Incluso por encima de los poderes formales.
Pero la ruta de Azteca también ha sido de abandono y menosprecio hasta para sus emblemas mediáticos. La salida, por la puerta de atrás, de José Ramón Fernández -toda una insignia de competencia ante la voracidad empresarial que representaba Televisa en las décadas de los setenta y ochenta-. El despido disfrazado de despedida da muestra de los axiomas en su conducta, o la carencia de ellos indudablemente. El conductor que ganó en rating a Televisa en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, fue tratado indecorosamente pese a su probado éxito y talento indubitable, y el legado de una escuela en el periodismo deportivo. Entonces no, tampoco es un asunto de rating.
La misma televisora que antes criticó la multipropiedad de los equipos de fútbol, pero que hoy la ejerce desde su poder. Jaguares y Monarcas que le abonan a la sospecha de los resultados arreglados. Equipos supeditados al interés televisivo más que su afición. Un Morelia que jugó toda la temporada en viernes por la noche, pero hoy se le ha ocurrido hacerlo en domingo, y estar inmerso en el debate del debate. Porque la rabieta de Azteca no está vinculada con la afición futbolera o sus patrocinadores. Su decisión está enclavada al rechazo rotundo y sistemático hacia la reforma electoral de 2007.
Azteca distorsiona la realidad de la ley electoral. Es falso que limite la libertad de expresión. El agravio de Azteca es la prohibición de partidos políticos y candidatos para que contraten espacios en medios electrónicos. Azteca oculta sus verdaderas razones, y comete en los «hechos» un fraude a sus audiencias al disfrazar de información su posición editorial, su postura política, sus condiciones para desafiar a los debatientes y el debate.
Las decisiones de Azteca no son para un “grupito de tuiteros” que buscan ver el debate, y exigen a una televisora –pero en principio una concesionaria pública- que cumpla con su responsabilidad social. El debate sobre el “debate” no se reduce a quien es el dueño de la empresa, sino que ésta hace uso de un bien público. En términos muy simples, ejerce un arrendamiento por su buen uso, no por hacer de éste un mecanismo faccioso y tirano de amedrentamiento y de sometimiento a la autoridad, y a quienes están en su contra.
Son los mexicanos, menos privilegiados, los que compran en sus tiendas de electrónicos, y ahorran en sus bancos, o envían dinero a través de su empresa, con intereses y comisiones altísimas, bajo protección del Estado, los que de uno u otro modo serán agraviados por la decisión “empresarial”. Pero la arrogancia, el desdén y el autoritarismo que le otorga la televisión, le permiten al dueño de Azteca decidir que por esta ocasión es más importante el fútbol.
Más allá de ir o no con la cadena nacional para el debate, admitir que Azteca tiene derecho a trasmitir el fútbol, es abrirle un cheque en blanco, un espíritu de inmunidad del que goza desde hace mucho, y que nadie –todos los factores lo indican-, ningún candidato presidencial está dispuesto a arrebatarle. Mucho menos a cuestionarle.
La tenebra
Quien coarta la democracia a un simple acto de votar en las urnas, limita la discusión pública de los rezagos sociales que tenemos de frente. Incluida la imperiosa circunstancia de acabar con los monopolios, donde entran las televisoras y la telefonía móvil.