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El Manual de Maquiavelo

El temblor que viene

Francisco Ledesma

 

Estamos a una semana de que arranquen formalmente las campañas electorales que nos conducirán inevitable e inaplazablemente a los comicios de Presidente de la República. Frente a las restricciones electorales por delante, los spots y las encuestas serán las dos principales herramientas que forjarán en gran medida las decisiones de quienes sí voten el próximo 1 de julio.

La elección presidencial representa un fenómeno que marca la historia de país cada seis años y que concita entre las audiencias una expectativa inusitada respecto del acontecer político del país. Con un padrón de poco más de 77 millones de electores, las cifras más animosas estiman que alrededor de 42 millones de votantes saldrán a ejercer el sufragio el primer domingo de julio.

En la semana que está por concluir, a través de Internet hemos podido otear parte de la oferta de spots que saturaran el espectro radioeléctrico a partir del 30 de marzo. Los tiempos oficiales que le son otorgados al Estado por parte de los concesionarios y permisionarios de radio y televisión, serán usados durante los próximos tres meses por quienes aspiran suceder a Felipe Calderón, a partir de una estrategia de mercadotecnia política.

Desde el año 2000, el denominado efecto Fox estuvo marcado por spots que privilegiaron la imagen de un candidato diferente, un político que rompía esquemas y que se vendía como el producto que sacaría al PRI de Los Pinos. El resultado le fue tan favorable como inesperado para su causa. Pero en términos de marketing tuvo como corolario la enseñanza de que en la televisión se construyen los triunfos o se definen las derrotas.

Seis años más tarde, el arrastre que traía consigo el entonces jefe de gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador indicaba que se convertiría en Presidente de México. Sin embargo, una guerra sucia diseñada desde el equipo de campaña calderonista para estigmatizar al tabasqueño como “un peligro para México” determinó la victoria del PAN por segunda ocasión consecutiva, con una premisa que se hizo leyenda en Felipe Calderón: “haiga sido como haiga sido”. La televisión, los spots, y la guerra sucia definieron la elección.

A doce años de ocurrida la alternancia en el poder, las condiciones no han variado del todo. La televisión permanece como el medio por antonomasia en el que el grueso de los mexicanos se informa, se entretiene, y se construye una opinión pública –sesgada, limitada y con pocos referentes- pero opinión pública al fin. Y es desde esa misma oferta programática donde la elección presidencial puede tener su punto de inflexión para definir un ganador.

Los spots privilegian con amplitud al mercado por encima de la plataforma política del candidato. El spot es un fragmento de tiempo, en que el candidato posiciona su imagen, su opción de cambio, y aspectos de identidad que le permitan generar empatía o simpatía con su elector. En consecuencia viene la confianza y el posible voto que se busca conquistar para el mes de julio.

Más allá de la producción y discurso de cada uno de los spots, se debe considerar la saturación de mensajes políticos que el elector recibirá. Tan sólo en el Estado de México –un habitante de Toluca- será testigo en los meses por venir spots de cuatro candidatos presidenciales. En su recorrido al trabajo, se enfrentará a la promoción electoral de candidatos a presidente municipal, diputados federal y local, y senador. Ese número habrá que multiplicarlo por el número de partidos o coaliciones que compitan en la elección.

No sólo eso, esa misma persona enfrenta el riesgo de cruzar hacia otro distrito electoral o municipio, sin que para él esa situación sea perceptible. No obstante, al hacerlo encontrará a su paso bardas, espectaculares, y demás artilugios propagandísticos de candidatos ajenos a su domicilio de residencia, pero que encontrará inevitablemente en su trayecto diario. La saturación de la mercadotecnia política es insufrible hasta por quienes hacen los spots.

A esta circunstancia, hay que agregar la proliferación de casas encuestadoras que en su difusión está claro su objetivo de marcar o acentuar tendencias. En la medida en que las encuestas presidenciales determinan números positivos o negativos para algún partido o candidato, la percepción pública puede irse a su favor o en su contra. Las encuestas no son ingenuas, ni un pronóstico irreversible. Son ante todo estudios de muestra de partidos o candidatos.

No debe caber la menor duda, de que habrá tantas encuestas como candidatos. La percepción de ser el ganador, atrae consigo más seguidores, más votantes, y garantiza la prevalencia en la intención del voto. Quien no lo crea, que voltee a ver el fútbol, con una Selección Mexicana siempre tan mediocre y de tan magros resultados, pero con una audiencia entregada y un plan de comercialización tan exitoso como inigualable. En política estar con el triunfador cuenta, y hacerlo con el puntero o el débil también.

El temblor que viene no está vinculado con un fenómeno natural, sino con un escenario estremecedor que nos saturará hasta el tuétano con spots y encuestas para definir nuestro voto, cambiar nuestra intención, o convencernos de que lo ya decidido debe prevalecer de aquí hasta julio.

Y las réplicas pueden ser devastadoras y durar hasta los próximos seis años.

 

La tenebra

Las redes sociales serán parteaguas en la elección presidencial, pero no la panacea ni tan determinantes como se piensa. Su influencia aún es limitada para un sector de la población que hace uso de las nuevas tecnologías. Para los candidatos presidenciales las redes sociales son por ahora moda, pero distan mucho de ser el modo.

 

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