Francisco Ledesma / La fama pública hecha política
La fama pública se ha convertido en una premisa para ganar votos, y en esa lógica los partidos políticos, sin excepción, han asumido como una buena idea postular a actores y deportistas para ganar notoriedad entre su electorado, sin importar su experiencia administrativa o sus capacidades profesionales.
La incursión de actores y deportistas a la escena política no resulta una estrategia reciente, y uno de sus primeros antecedentes en el Estado de México se remonta a la elección de gobernador de 1987, con la postulación de Carlos Bracho como un candidato de las izquierdas y una participación marginal frente a la abrumadora maquinaria priísta que llevó al poder a Mario Ramón Beteta.
Sin embargo, Bracho tuvo una participación política recurrente, y no sólo una aspiración ocasional por las urnas. Fue fundador del Partido Mexicano Socialista y del Partido de la Revolución Democrática. Diputado Federal entre 1988 y 1991, posteriormente candidato a senador, todavía por el Estado de México, y perdió.
En fecha reciente, frente al desprestigio de la clase gobernante, los partidos políticos han construido candidaturas de personajes públicos, particularmente en regiones geográficas donde difícilmente tendrían posibilidades de triunfo.
Un caso particular es el PRI mexiquense: en los últimos 20 años, tuvo como candidatos en Nezahualcóyotl -bastión perredista- a dos deportistas, la clavadista María José Alcalá que se convirtió en diputada local; y al paralímpico Edgar Cesáreo Navarro, electo alcalde tras los comicios de 2009.
Otro asunto singular fue el taekwondoín Víctor Estrada, quien fue candidato a senador por Nueva Alianza en 2006; delegado del ISSSTE en el Estado de México en el sexenio calderonista; diputado local por el PANAL de Elba Esther Gordillo, y alcalde priísta de Cuautitlán Izcalli entre 2015 y 2018.
El saldo ha sido negativo: la inexperiencia política de quienes presumen fama pública, termina contaminada por un entorno de colaboradores que aprovechan la coyuntura electoral para aventajar sobre intereses personales o de grupo.
La mala experiencia ha dejado como saldo que el partido gobernante entrega el poder que durante esos trienios ha depositado en personajes públicos.
Lo cierto es que, la alta exposición social no es garantía de un éxito electoral; y en el camino han quedado marcadas las derrotas del clavadista, Fernando Platas por una diputación federal, y del marchista Bernardo Segura en su fallido intento por la presidencia municipal de su natal San Mateo Atenco, entre otras.
Aunque ha habido momentos peores, de políticos que han pretendido convertirse en actores, como el panista José Antonio Ríos Granados, que tras ganar la presidencia municipal de Tultitlán, protagonizó una película que él mismo financió y produjo, al lado de Lorena Herrera. En 2003, fue expulsado del PAN.
Para las elecciones de junio próximo, la tentación por el arrastre de votantes se ha instalado como plataforma de los partidos políticos: ahí se encuentran las eventuales candidaturas de Gabriela Goldsmith a una diputación federal por Morena, aunque ya antes contendió bajo las siglas del priísmo naucalpense; lo mismo que Bibi Gaytán por el PAN para la alcaldía de Ocoyoacac.
Las élites políticas insisten en explorar fórmulas que han colapsado en el ejercicio del poder público, pero reconocen que frente al hartazgo social su mejor apuesta es la simpatía y el carisma de quienes son ajenos a la clase gobernante.
El resultado partidista puede ser alentador, pero en el ejercicio de tres años de gobierno, su inexperiencia puede ser devastador.
La tenebra
El trance de actores y deportistas causa tanta polémica, que resulta de facto una buena estrategia; pero su incursión debe llevarnos a una reflexión: su fama pública es atractiva frente a los malos resultados de una clase gobernante que se supondría está capacitada para el ejercicio del poder.