El Manual de Maquiavelo 17-06-2024
Francisco Ledesma / La soberbia de la victoria electoral
Cuando han pasado ya dos
semanas de la jornada electoral del 2 de junio, todas las fuerzas políticas mantienen
una absoluta presunción sobre sus triunfos. Y esa condición, no incluye
solamente a Morena que lo ha ganado prácticamente todo, con 88 municipios en su
balance final; también el bloque opositor pretende vender como una conquista
electoral su reivindicación en bastiones que ha convertido en cacicazgos
políticos, como los casos de Huixquilucan y Villa Victoria, para los liderazgos
del panismo y el priísmo local.
Las élites políticas
asumen que las victorias son para siempre. Un error que cometieron las
alternancias recientes; y que hoy, repite la clase gobernante del presente -sin
importar su filiación política-, que pretende invisibilizar a las minorías,
como ocurrió en tiempos de la hegemonía priísta del siglo pasado.
Desde todos los frentes
de triunfo electoral, los futuros alcaldes y diputados han salido a festejar,
aunque algunos todavía no se explican los motivos de la victoria sin siquiera haber
hecho campaña proselitista. Los que han mostrado un dominio abrumador de sus
territorios, asumen que son dueños de un municipio o distrito.
Cometen la soberbia de
los panistas que vieron en la alternancia electoral del 2000 un triunfo para
siempre; y que fueron incapaces hasta de mantener la mayoría legislativa,
producto de las divisiones internas y la cooptación priísta que lo corrompía
todo, hasta a sus adversarios políticos o partidistas.
Ahí, el panismo cometió
excesos con alcaldes que ganaban más que un gobernador, otros más que
financiaban películas personales, y otros más que seducidos por el poder
político traicionaron su militancia a la siguiente elección.
Algunos triunfadores de
hoy, replican la improvisación de los priístas, que ganaron de manera fortuita
en las elecciones de 2009, pero se sintieron invencibles durante el ascenso al
poder presidencial del mexiquense Enrique Peña, aunque para las elecciones
intermedias de 2015, ya habían retrocedido en sus niveles de votación, perdido
grandes territorios electorales, y hoy ese despeñadero parece no tener final. Los
priístas decidieron saltar a Morena.
Morena ha ganado abrumadoramente
por una combinación perfecta: la defenestración política de sus oponentes
electorales, la incapacidad política de la oposición por presentar un proyecto
de nación hacia los votantes, una alta aceptación del gobierno federal en turno
y un electorado que ha repetido la dosis de un voto de castigo hacia una clase
gobernante que se mantiene en la arrogancia de sus excesos y sus privilegios.
Sin embargo, en esa
vorágine coyuntural, ha llevado al triunfo a una clase política impresentable,
derivado de su pragmatismo electoral que puede traer consecuencias de malos
gobiernos locales; y ahí, cimentar un desgaste de gobierno indeseable para todo
partido político en alta competencia.
Lo que es un denominador
común, de morenistas, priístas y panistas, es que aún en sus triunfos -por
minúsculos que parezcan- les nubla un poder que asumen absoluto para imponer
sus condiciones y sus decisiones. Pero a nivel local, nadie hasta ahora ha
hablado de reconocer a sus adversarios, de gobernar para las minorías y para la
oposición, aquella que no votó por los ganadores.
La clase gobernante está
caracterizada por la arrogancia de sus victorias; ya sea en Texcoco, Huixquilucan
o Villa Victoria, y tienen como estrategia invisibilizar a su oposición porque
asumen que se debe ejercer el poder para beneficio de quienes los hicieron
ganar; lo cierto es que la fuerza de los votos, no son para siempre, y el poder
no puede ser excluyente de las minorías.
La tenebra
Y pensar que ahora
Eruviel Ávila es parte de la transformación, y no del problema.