Francisco Ledesma / La posible alternancia, será reivindicación de un régimen
La demostración del músculo político de Morena en Toluca, desplegada el pasado domingo con la presencia del gabinete federal en pleno, puso de manifiesto la reivindicación de un partido hegemónico que aplasta a la oposición; y que hará uso de las facultades legales y metalegales -incluido el aparato del estado- para incidir en las votaciones venideras en el Estado de México para 2023.
En el corazón del Grupo Atlacomulco, los alfiles más visibles del lopezobradorismo sortearon un golpe de autoridad, lo que significó un banderazo en la carrera presidencial; pero sobre todo, la reafirmación de que Morena está dispuesto a abarcar todos los espacios del poder público, algo no visto por ninguna fuerza electoral desde la década de los ochenta, cuando el hoy primer mandatario todavía militaba en las filas de un priísmo apabullante.
En el ejercicio del poder de López Obrador nada está suelto al azar; y sin regateos ejecuta un control genuino en las decisiones tanto del gobierno como del partido, para conducir la dominancia política, gubernamental y electoral.
En su dibujo sucesorio, ha construido las candidaturas de Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López; y también, desde su anuencia, se facilitó el posicionamiento -al menos desde el presídium- de Delfina Gómez, Higinio Martínez y Horacio Duarte como las corcholatas mexiquenses.
Desde las mañaneras, Andrés Manuel ha construido la figura de Delfina Gómez, como la más humilde de su gabinete, y desde esa condición, se anticipan sus afectos en ser la elegida para quebrantar el poder político de Atlacomulco.
Pasos atrás aparece Horacio Duarte, a quien ha encomendado tareas que parecen sustanciales en el sistema democrático -la reforma electoral- y anticorrupción -la vigilancia de las aduanas del país- de su gobierno.
Las formas electorales de López Obrador tienen el mismo diseño estructural que aprendió en el priísmo tabasqueño; y ahí, la cargada -particularmente de la clase gobernante-, será fundamental para tomar decisión sobre el Estado de México, bajo el disfraz de la encuesta que permitirá dilucidar el sentir de los votantes.
Pero más allá de discutir la postulación de Morena, lo relevante es que, así como ocurrió en la elección de hace cinco años con los integrantes del gabinete peñista y eruvielista, todos los secretarios del gobierno morenista tendrán responsabilidades electorales para ganar la votación mexiquense.
No sólo se trata de hacer giras y tomarse la foto con quien resulte candidata o candidato, sino de que, al menos las corcholatas que sueñan con la sucesión presidencial, puedan meter esfuerzo de su operación política para dar la última estocada al priísmo más robusto, más simbólico y más adinerado del país.
Es decir, el PRI mexiquense enfrentará por primera ocasión, un gobierno federal y decenas de municipios como fuerzas motoras que intentarán pulverizar su poder político y electoral, lo que se suma a su mayor defenestración social.
Se trata de una votación que, ni la decena trágica del panismo pudo construir ante la falta de destreza por consolidar una estructura electoral, muy a pesar de haber detentado el máximo poder político durante dos sexenios consecutivos.
En conclusión, el PRI se enfrentará a sus propios fantasmas que lo llevaron a perder el Estado de México en el 2000, el 2006 y el 2018; pero además, a una maquinaria que parece funcionar con absoluta precisión -que gobernará para entonces 22 estados-, y un dispendio de recursos económicos, materiales y humanos para alcanzar la anhelada alternancia electoral.
La tenebra
Al PRI del Estado de México, con sus poderes formales y fácticos, nunca hay que darlo por muerto.