Francisco Ledesma / El PRI que ya perdió
El PRI que hoy enfrenta la elección por la gubernatura del Estado de México, con el desafío de retener el poder público otro sexenio, es la misma estructura de la clase gobernante que perdió frente a Morena -un partido que competía por primera ocasión- hace seis años, para relegar por primera vez en su historia al hegemónico partido en la segunda posición de aquella contienda electoral.
El triunfo marginal de Alfredo Del Mazo obedeció a la suma de votos que le acumularon sus aliados electorales del Partido Verde Ecologista, Nueva Alianza y Encuentro Social, porque el priísmo ya afrontaba para entonces, un enorme descontento social y reflejaba el preludio de una derrota anunciada y desastrosa en los comicios presidenciales de 2018, donde fue borrado del mapa electoral.
En aquella elección inédita, la derrota hubiese sido inexplicable cuando todo el aparato del gobierno federal, de la administración estatal y decenas de ayuntamientos hicieron todo lo posible para llevar a Del Mazo a ganar la elección; y pese a todo, el PRI – en solitario- perdió frente a la candidatura de Delfina Gómez, cuya postulación fue desdeñada desde las élites del poder político.
En ese desastre participaron en gran parte, quienes hoy están confiados y resueltos en ganar la elección del 4 de junio. Ahí, se encontraba Alejandra del Moral como presidenta del PRI mexiquense, pese a su corta y nada halagadora experiencia en aventuras electorales -hoy impuesta como candidata-; además de Eric Sevilla, como coordinador de activismo electoral -a la distancia dirigente del priísmo local-. Darío Zacarías ha pasado de Organización a ser uno de los principales operadores de la virtual candidata. Ernesto Nemer -coordinador de campaña- hoy ya no está.
La estrategia electoral transitó en dos rutas: la movilización de votantes a partir del clientelismo electoral, derivado de los incentivos asistenciales dispuestos por el peñismo y el eruvielismo; y por otra parte, las estructuras partidistas que promovían día y noche, la implementación del salario rosa como programa insignia, que alcanzó en seis años para el 0.5 por ciento de la población.
Antes como ahora, el delmacismo se mostró desconfiado de la operación política de Eruviel Ávila y los suyos, quienes simulaban apoyar al candidato priísta, pero dejaban huellas en el camino de su perniciosa cercanía con el morenismo, particularmente con el grupo político dominante, el de Higinio Martínez.
Hoy la situación no parece diferente. El priísmo mantiene una profunda defenestración política reflejada la derrota sistemática de 29 elecciones de gobernador en los últimos seis años. Sólo ha ganado en Durango, y el domingo 4 de junio se juega su sobrevivencia en el Estado de México y Coahuila.
En los últimos seis años, no sólo hubo incapacidad para revertir una posición adversa en el terreno electoral, sino que mantiene a la misma clase gobernante sin un relevo generacional relevante; o el impulso de un grupo político más eficiente al momento de enfrentar los comicios más desafiantes de su historia.
El priísmo mexiquense ya no tiene todo el aparato del Estado; por el contrario, hoy el gabinete federal y la instrumentación del clientelismo electoral favorece a la promoción electoral de la candidata puntera en las encuestas. Y la operación del gobierno estatal se advierte silenciosa y hasta omisa en la elección.
Es ineludible que si el PRI busca ganar las elecciones por la gubernatura, deberá instrumentar una estrategia distinta, porque hoy las estructuras ya son insuficientes para sus objetivos inmediatos; el grave problema es que tiene a los mismos de siempre que no han encontrado fórmulas distintas para convencer a los votantes de sus causas políticas.
En la acera de enfrente, Delfina Gómez espera paciente para ir por la revancha del Estado de México, con los mismos que hace seis años ya vencieron al PRI: Mario Delgado, Horacio Duarte, Higinio Martínez y su grupo Texcoco.
La tenebra
El pronóstico es poco alentador si detrás de Alejandra se encuentra Luis Videgaray -artífice del fracaso de José Antonio Meade en 2018-; o bien, el arropo de César Camacho que sólo tiene un cargo de elección por mayoría, y tiene una enorme experiencia, pero en perder elecciones.