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El Manual de Maquiavelo 17-01-2025

Francisco Ledesma / La sepulturera del priísmo

El PRI del Estado de México se encamina a elegir una nueva dirigencia, pero parece conducirse a un funeral, derivado de una absoluta defenestración pública, una ausencia de liderazgo que ponga orden entre las diferentes corrientes internas del partido, y una fallida decisión de la presidencia nacional para decantarse a favor de Cristina Ruiz como la alternativa que tome el control político y financiero de un partido en su mayor crisis electoral.

En el último año, tras la derrota electoral por la gubernatura del Estado de México, cientos de priístas han preferido renunciar a su militancia por diversos motivos personales, principalmente acentuados porque han encontrado acomodo en el régimen morenista -a veces bajo el disfraz ecologista-, pero pronunciadamente porque han diagnosticado que los tiempos del priísmo hegemónico han llegado a su fin, y en consecuencia, difícilmente encontrarán los privilegios y las oportunidades que encontraron en los tiempos en que detentaban el control de la estructura gubernamental, que con un ejercicio presupuestal sin recato, posibilitaba comprar todas las voluntades posibles.

El ungimiento de Cristina Ruiz -hace poco más de un mes- como presidenta interina del PRI mexiquense; bajo el argumento poco creíble de una renuncia anticipada de Ana Lilia Herrera, fue un albazo para dejar sentir la decisión de Alejandro Moreno para que sea la naucalpense quien tome el control del partido por los siguientes cuatro años, lo que implicaría asumir el mando en la designación de candidaturas para las elecciones intermedias de 2027, pero además, abrir camino para la contienda electoral por la gubernatura mexiquense en el 2029.

La crítica aguda -que se ha profundizado tanto en la opinión pública como en varios sectores del priísmo- hacia la dirigencia que está por encabezar Cristina Ruiz no está relacionada con su condición de mujer. Esa es una mentira repetida por la dirigente priísta para jugar al papel de víctima. Quienes cuestionan su designación, lo hacen basados en su nula ascendencia social, pues ni siquiera en Naucalpan -donde ha pretendido construir su carrera profesional- tiene un grupo político que la respalde; tampoco es experta en ganar elecciones como para sacar al priísmo local del marasmo que adolece; y mucho menos tiene el arropo de algún exgobernador -esos que se creen y se asumen como dueños del partido-. Es decir, no cumple con ninguno de los requisitos de facto -que no estatutarios- que le deban una legitimidad a quienes eran designados presidentes del partido por el gobernador en turno.

Alito Moreno está convencido que la mejor forma de reivindicar su poder político es hacerse del control del partido en todos los estados del país. Así lo operó en entidades como Hidalgo, donde expulsó a Omar Fayad -plegado al régimen morenista- y desplazó a Miguel Ángel Osorio de la toma de decisiones. En el Estado de México operó de forma semejante, expulsó a Alfredo Del Mazo, y con Eruviel Ávila en la acera del Partido Verde, tuvo el camino libre para imponerse, más allá de las pretensiones de Arturo Montiel o César Camacho para incidir en el priísmo, y quienes están conformes con favorecer los intereses y las ambiciones de la familia, la suya propia.

A nivel legislativo, el PRI se ha desdibujado como oposición. La dirigencia priísta, ya sea la de Alito Moreno o la de Cristina Ruiz -y antes la de Ana Lilia Herrera- no tienen confianza en Elías Rescala, a quien le achacan estar más preocupado por cuidarle las espaldas a Alfredo Del Mazo, y tejer acuerdos con los morenistas bajo la lógica de haber entregado la gubernatura por un acuerdo de impunidad. Y en esa condición, Rescala ha dejado de tener la ascendencia que ejercía en la pasada Legislatura local, con diputados y diputadas más afines a su causa, a su grupo y a sus intereses. Sentían que le debían la candidatura, la diputación, y se conducían con disciplina y obediencia. Hoy, cada diputada y cada diputado camina con su propio vínculo político, sin lealtad ni subordinación.

Los alcaldes también se conducen sin control. Difícilmente se sujetarán a las condiciones y las reglas que pretenda imponer Cristina Ruiz desde el PRI mexiquense, ya que ella misma se opuso a muchas candidaturas de quienes incluso hoy, ejercen como alcaldes o alcaldesas. No le deben nada a nadie, y no hay gobernador que los llame al orden. Ellas y ellos también han mostrado su descontento o su rechazo a las imposiciones de Alejandro Moreno, quien ha desdeñado al priísmo local, al grado que le regaló la senaduría de primera minoría a un panista, quien nunca habría sido el senador de oposición más votado de no ser por los votos de los priístas.

Con la mayor desaprobación electoral de su historia, la carencia de un liderazgo que construya unidad, y una clase gobernante que se fractura por la pugna de intereses particulares, Cristina Ruiz está convocada a ser la sepulturera del otrora partido hegemónico, y para eso, sólo basta en que confíe en su arrogancia y la ceguera de que su dirigencia puede ganar elecciones, cuando ella difícilmente podría ganar hasta en su propia casilla.

La tenebra

Tantos regidores de oposición, sin importar el partido que gobierne en cada municipio, y todos son comparsas del alcalde en turno. Lo importante no es representar a sus electores, sino los privilegios que otorga la nómina de cada Ayuntamiento.

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