El Manual de Maquiavelo 15-12-2023
Francisco Ledesma / La dirigencia del rencor
La decisión está tomada.
Eric Sevilla ha entendido que su ciclo al frente del priísmo mexiquense ha terminado,
y ha decidido presentar su renuncia. Ana Lilia Herrera Anzaldo será designada
en las próximas horas como delegada especial en funciones de presidenta del PRI
del Estado de México. En el acuerdo cupular, Sevilla habrá asegurado una
posición de diputado federal; y Alejandra del Moral se convertiría en senadora
por la vía plurinominal. Y todos contentos.
El ascenso de Ana Lilia
no se da por un acuerdo de unidad. Por el contrario, se daría como un albazo
dirigido desde la presidencia nacional priísta encabezada por Alejandro Moreno,
quien busca cobrar las facturas de su ruptura con el delmacismo a quien pretende
endosar la derrota electoral mexiquense, aun cuando se ha convertido en el deshonor
de su partido como el dirigente más perdedor de la historia, aunque quizá ese
sea su mayor propósito personal.
Sería, en todo momento,
el rostro de una dirigencia mexiquense caracterizada por el ego personal y el
revanchismo político, frente a un sexenio donde fueron desplazados por razones
de renovación generacional. No buscan el resurgimiento del PRI, su pretensión
es reagrupar sus intereses personales y su círculo político que actúa como cofradía
para aplastar a quienes observan como adversarios, entre las corrientes que les
son contrarias al interior del partido.
Partido nuevo y ropa nueva.
En la víspera, quienes todavía dirigen el priísmo mexiquense llamaron vía telefónica
a los delegados distritales y municipales para informarles que su
responsabilidad política había concluido. Ana Lilia quiere dirigir el partido
con sus propios operadores electorales, aunque sus mayores lealtades ya han
emigrado al Partido Verde Ecologista. Y de confirmarse su ungimiento, vendrá un
reacomodo del gabinete priísta en funciones.
La imposición de Ana Lilia
-aquella mujer que pedía democracia cuando veía que el dedazo no le favorecería
en la carrera por la gubernatura-, sería la reivindicación de un triunfo
identificado con el exgobernador Arturo Montiel, quien durante las últimas
semanas se sacudió la polilla para recorrer una veintena de municipios con
informes de alcaldes, y contemplar de frente que su grupo político mantiene una
amplia ascendencia, aunque su mayor hechura viva en el exilio español, como
responsable de la defenestración tricolor.
El ascenso de Herrera en
la ecuación priísta -supone para su grupo político el retorno de los expertos
en ganar elecciones-, aunque eso también advierte un partido secuestrado por
los Cárdenas, los Sámano, los Zarzosa, los Marlón, los Osornio -si todavía no
ha saltado al Verde-, y todos aquellos que hicieron campaña de brazos caídos
durante el proselitismo de Alejandra del Moral.
Herrera asume esta
dirigencia como su revancha personal, para demostrarle a los delmacistas su
capacidad electoral. Pierde de vista que no construye en la unidad, y que la
realidad política de hoy, no es la misma del partido que dirigió apenas un par
de meses en el 2006, porque la vorágine morenista de hoy lo devora todo, y ha
vencido los mayores bastiones del priísmo nacional.
La decisión está tomada,
pero la misma parece encaminada a profundizar la crisis del PRI por el agravio que
causa a su militancia, a la que obliga a tomar partido entre las diferentes
corrientes internas, y con la amenaza de tener un resultado tan devastador como
los obtenidos de 2018, por las fracturas que son evidentes e irreconciliables.
La lucha de egos personales y de grupos caciquiles regionales se agudizan en
todo el estado, incluso donde no son gobierno.
No se sabe si quien hoy pretende
dirigir el PRI, busca contribuir al resurgimiento, o ser el sepulturero de un
partido que no sabe cómo funcionar desde la oposición, pero que también ha
agotado su tiempo como partido en el poder.
La tenebra
Hágase la democracia en
los bueyes de mi compadre; y el dedazo cuando me favorezca. ¡Qué bonitos
ideales, y si no le gustan, tengo otros más!