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El Manual de Maquiavelo

El tripartidismo

Francisco Ledesma

 

¿Por quién votar? Las estimaciones electorales dan números de indecisos extremadamente altos, que alcanzan hasta un 25 por ciento de los votantes que se muestran todavía en la evaluación de cómo sufragar el próximo 1 de julio. Muchos irán por el voto nulo, por el voto en blanco, por un repudio a los partidos políticos y argumentar que no se sienten representados por las estructuras existentes. Ello, derivará que en los próximos años surjan más partidos políticos. ¿Acaso son insuficientes los partidos que tenemos?.

En los tiempos del priísmo como partido hegemónico, como estructura omnímoda, existía ya un panismo creciente. Una izquierda minoritaria, resquebrajada en sus disputas internas. Y los denominados partidos satélite que fueron surgiendo al amparo del poder presidencial, para pulverizar el voto opositor a la dominancia que ejercía el PRI en una democracia cuestionada. De esa forma, eran derribadas las amenazas de perder cualquier elección.

A doce años de la alternancia en el poder, los partidos satélite siguen ahí, viviendo del presupuesto público, de las canonjías que otorga el sistema político. Estructuras políticas con carencia de militantes, que buscan alianzas electorales que les garanticen su permanencia en el juego del poder. Algunas diputaciones por aquí, escasas senadurías por allá, un montón de regidurías más acá. Partidos que sobreviven de las prerrogativas electorales, dirigencias políticas que están copadas por una camarilla. Y todo parece normal.

Los partidos minoritarios saben tanto su juego político, que son los más opacos y autoritarios. Los procesos internos –poco democráticos y transparentes- que se erigen en los tres partidos más importantes del país, contrastan con la selección de candidatos de la “chiquillada”. Nadie se entera de sus convocatorias, de sus elecciones, de sus resultados, de sus impugnaciones.

Pero en general, ellos no se ocupan, ni preocupan por esa circunstancia. Al final del día su apuesta es apoyar a un candidato que elijan sus aliados. Las coaliciones electorales han venido a significar para ellos un salvavidas en altamar, que les permite la sobrevivencia en medio del océano. Hasta antes de la reforma electoral de 2007, los partidos coaligados aparecían en un mismo logotipo, sin embargo, esa condición será distinta para los comicios de julio.

Como corolario de los cambios a la ley electoral, en las boletas electorales de julio, aparecerá el nombre de cuatro candidatos presidenciales. Pero habrá siete recuadros –igual número de partidos políticos- para que el ciudadano sólo vote por uno de esos partidos –aun cuando las coaliciones (conformadas por dos y tres partidos) apoyen a un solo candidato-. La intención es medir la fortaleza política real de los involucrados, frente al riesgo de que pierdan su registro si no alcanzan el 2 por ciento de la votación.

Los partidos minoritarios no pueden cantar victoria en la mezquindad de sus objetivos. La argucia de imponer en siete diferentes recuadros los logotipos de cada partido político, obtiene no sólo eficiencia en el conteo de votos de la próxima elección. También nos otorgará certeza sobre la fuerza de cada partido político, y qué partidos merecen seguir en la competencia electoral.

Decir como ciudadano que ningún partido político nos representa, nos conlleva a la siempre ambiciosa intención de fundar un nuevo partido. Sin embargo, los institutos de reciente creación, son originados por los políticos de siempre, y sus intereses que permanecen intactos. En julio, al menos un par de partidos, de los llamados minoritarios, podrían estar en riesgo de perder su registro.

La democracia mexicana cuesta muchos millones de pesos. Y mucho de ese presupuesto se destina a mantener a los siete partidos políticos que existen en el país. Emitir un voto a favor de un spot original, ya fuera por sus combis o por la frivolidad con que se pretende castigar a los secuestradores, exhibido en las salas de cine, no puede ser tomado como un chiste, o una ocurrencia.

Quizá vivir con tres partidos políticos, que han mostrado ideología, estructuras, elecciones ganadas e identidad social no sea la única vía para hacer más eficiente la democracia mexicana, pero parece a la distancia, una de las mejores opciones por eficientar sus recursos –humanos y económicos-.

Sin menospreciar la participación política del resto de los partidos, es de reconocer que a 15 años de fundación de algunos de esos institutos, su lucha electoral es por la permanencia, y no por una disputa real del poder. Han sido incapaces de fortalecer sus estructuras sociales, y su maquinaria electoral.

La guerra que esgrimen elección con elección es mantenerse en el beneficio del presupuesto público.

El tripartidismo –conformado por PRI, PAN y PRD- parece un diseño a modo de los partidos políticos predominantes, para imponer condiciones de un escenario más competido, y en el mejor de los casos, con mayores acuerdos al momento de cogobernar, de legislar y de convivir políticamente unos y otros.

La elección del próximo mes de julio no sólo definirá al Presidente de México del sexenio entrante. En la disputa también se encuentra con qué partidos y cuántos queremos tener en la competencia electoral.

 

La tenebra

Hasta hoy, las campañas electorales de diputados y senadores, de todos los partidos políticos describen las calamidades que vivimos como país, echándose culpas unos a otros. Ya es tiempo de hablar de plataformas legislativas, y de definiciones claras. Eso aún no se ve, ni se escucha. Ni en los mítines, ni en los spots.

 

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