La apuesta bipartidista
Francisco Ledesma
La candidatura de Josefina Vázquez Mota, como abanderada panista presidencial, resulta ser quizá también la que representa una mayor preocupación para la cúpula priísta que mantiene una sólida confianza en la ventaja electoral que les otorga la eventual campaña de Enrique Peña Nieto, puntero de las encuestas presidenciales. Josefina contra Peña es en el escenario el verdadero enemigo a vencer para que el priísmo regrese a Los Pinos, en el gozo que ofrece el poder presidencial en el régimen mexicano.
Vázquez Mota, parece en el imaginario, la candidata ideal del calderonismo para evitar a toda costa la entrega de la banda presidencial a Peña Nieto. Su conocimiento entre la población abierta apenas se aproxima a que 7 de cada 10 la identifican. Y sólo el 15 por ciento del electorado tiene una imagen negativa de la ex secretaria de educación. Su condición de mujer, y sus habilidades oratorias, opacan sostenidamente a sus adversarios dentro del blanquiazul. La coyuntura parece favorecerle en tiempo y forma.
Ernesto Cordero, en el imaginario delfín del calderonismo, no sólo no crece en las encuestas, sino que sus últimos números lo han replegado frente a la abrumadora ventaja de Vázquez Mota. Pese a la «cargada» que predomina en su partido para favorecerle, sus ideas no impregnan, su imagen no es rentable, y su discurso sólo encuentra eco en un conflicto que no le ha permitido acrecentar su aceptación electoral. Pese a ser el menos conocido de los panistas, en población abierta el treinta por ciento del electorado tiene una imagen negativa del ex secretario de Hacienda, lo que hace de su candidatura un imposible.
Santiago Creel, quien busca por segunda ocasión la candidatura presidencial, trae consigo un desprestigio consecuencia de su desgaste político, en un primer momento como secretario de gobernación, y luego como senador, donde sufrió la defenestración de la coordinación senatorial panista por orden presidencial. Sin contar con la bendición calderonista, cuenta con amplia animadversión por parte de los consorcios televisivos. Parece que si en su mejor momento político no logró la postulación, en esta segunda oportunidad tiene menos condiciones, circunstancias y posibilidades de conseguirlo.
Del lado del perredismo, Andrés Manuel López Obrador, con una postura tan radicalizada, siembra un voto duro en extremo cautivo, pero con escasas posibilidades de crecimiento, por la suma de negativos que refleja su imagen a cada encuesta que brota en el futurismo electoral que nos invade. La guerra sucia instrumentada en su contra en 2006, sus actos y omisiones durante el conflicto postelectoral de ese año, y el veto televisivo del que se dice víctima, parecen ser factores que sepultan su segunda candidatura.
Mientras que Marcelo Ebrard, a unos días de que se defina el candidato presidencial de izquierda, no se ve como un candidato sólido. Su cercanía a últimas fechas con el presidente Felipe Calderón, y con el ala de los Chuchos que predomina en las decisiones políticas del PRD, le han dejado un trecho de amplia complejidad por su falta de rigidez respecto de sus posturas ideológicas. Son tantas sus semejanzas con el perfil que construye y define a Peña Nieto, que Marcelo no puede ser considerado una opción de izquierda. Su aspiración presidencial se desvanece en un abismo. Él lo sabe.
El coordinador senatorial, Manlio Fabio Beltrones está muy por debajo en su aceptación presidencial. Apenas el 13 por ciento de los priístas lo ve como su carta fuerte para encabezar al PRI en su ruta presidencial. Su carrera electoral requiere de un vuelco nunca descartable en política. Manlio proyecta a un político experimentado, pero también manifiesta los resabios de ese priísmo autoritario, que pese a su rostro joven se resiste a morir. Su potencial reside en su poder de convocatoria -con la clase política, empresarial e intelectual del país- y en su conocimiento interno del régimen, que lo convierte en el adversario más peligroso de enfrentar, que puede no ser lo mismo que de vencer.
En esa lógica, donde Peña Nieto parece invencible ya sea por las estructuras electorales priístas, por sus atributos físicos, por su fama, o por su matrimonio con una actriz; la figura de Vázquez Mota representa una rendija de competencia electoral ya sea por su condición de mujer, por la posibilidad de convertirse en candidata del partido en el poder -y la ventaja que ello representa en términos presupuestales y clientelares-, o por marcar distancia del desprestigio calderonista, bajo el argumento de no ser la predilecta de Los Pinos.
En mi opinión, el panismo apostará a sostener una contienda electoral bipartidista, donde se ponga en la balanza el carisma de Peña Nieto frente a la elocuencia de Vázquez Mota. Será una lucha contienda de dinero público, de programas sociales y de suciedad entre el pasado priísta que lacera tanto a la memoria colectiva, y la inoperancia política de la que se victimiza el régimen tras la alternancia en el poder.
En tanto, que al PRI le conviene llevar consigo un candidato de la izquierdas fuerte, que divida el voto -útil o independiente- y que le garantice en su escenario mantener o aumentar la ventaja electoral que le muestran las encuestas, con base en su voto duro, la promoción efectiva del sufragio, el despilfarro económico y la movilización de votantes.
La tenebra
Si hubiera segunda vuelta electoral, el panismo bajo su bandera opositora podría ganar cualesquier comicios; en contraparte, al PRI le conviene que la competencia sea de una amplia división para incrementar su ventaja a cada victoria. De ahí se entienden sus pasiones y sus fobias, en parte, de lo que fue la reforma política del país. Intereses de grupo y de parte.