Francisco Ledesma / Un priísmo en vilo y sin rumbo
El PRI está en vilo, aunque
no necesariamente por la renuncia de Ana Lilia Herrera a la dirigencia del
priísmo mexiquense; sino por la ausencia de un liderazgo que marque la pauta en
la que debe caminar la militancia ahora que por primera vez es oposición en el
Estado de México. A esta condición inédita, se suma una dirigencia nacional
carente de ascendencia política, lo que deslegitima cualquier toma de
decisiones al interior del partido en la entidad.
El régimen
presidencialista instalado en el sistema político mexicano a lo largo del siglo
veinte, otorgó a los gobernadores priístas un liderazgo de facto para asumir la
toma de decisiones del partido desde sus estados. Ese control partidista se
consolidó con mayor fortaleza, tras la alternancia electoral del panismo en la
Presidencia de la República, lo que erigió a los gobernadores en una especie de
virreyes, sin la subordinación de antes al gobierno federal.
Sin embargo, las
derrotas avasalladoras de los últimos seis años, han reconfigurado al priísmo
en todo el país. Por primera vez en su historia, perdió la gubernatura del Estado
de México el año pasado, pero nadie quiso asumir la responsabilidad de la
derrota, marcada por el desgaste en el poder que significaron los últimos
veinte años de excesos y abusos, estigmatizados por la frivolidad de sus
gobernantes y sus insultantes riquezas personales.
Hace apenas un año,
Alejandro Moreno instaló tramposamente -por procedimiento y pensando en el
fracaso- como dirigente estatal del PRI a Ana Lilia Herrera, quien estaba
condenada a una histórica derrota electoral (a pesar de asumirse como la infalible
en las urnas), y con pésimos resultados en su maleta, ha decidido renunciar y
claudicar a la posible elección estatutaria que parecía reservada para su
ambición personal y la de su grupo político.
El control del priísmo local
deberá responder a la voluntad de Alejandro Moreno, quien ha dotado de una ascendencia
ficticia a Cristina Ruiz en el Estado de México, quien carece de grupo
político; y apenas, en la reciente elección, vendió la idea de imponer
candidaturas -algunos de ellos alcaldes electos-, a quienes pretenderá cobrar
la factura para que la respalden como liderazgo de facto, aunque no
necesariamente se convierta en la dirigente formal del partido.
Como en antaño, los
grupos políticos internos buscan respuestas en la actuación de los
exgobernadores priístas. Pero resulta que de los últimos cinco exmandatarios
mexiquenses; dos ya no están en el partido (Eruviel y Del Mazo); otro más vive
en el exilio político (Peña Nieto). Y los que restan, Camacho y Montiel,
sostienen diferencias y sus grupos políticos hoy padecen la defenestración electoral
más profunda de la que se tenga memoria en las urnas.
Las voces más aguerridas
son los exdirigentes que hoy se muestran inconformes, porque ya no han encontrado
las oportunidades que les otorgaba el partido como cheque en blanco. Mientras
que otros más, han optado por la omisión o el silencio, antes que los volteen a
ver con expedientes archivados que puedan convertirse en una persecución
judicial desde el poder público.
El PRI hoy no tiene el
control político que le significaba el ejercicio del gobierno; carece de exgobernadores
que pongan orden entre las pugnas internas; y la prevalencia de liderazgos sin
trabajo político y carente de ideas, hacen la receta perfecta para abonar a la
desaparición del otrora partido hegemónico.
Ahora que el barco se
hunde, la primera en saltar ha sido la presidenta del PRI. Un mal augurio para
quienes algún día -y en dos sexenios consecutivos- soñaron con verla como
candidata a gobernadora.
La tenebra
A decir verdad, hace
honor a su apellido, y nos hace recordar las bravuconadas del personaje que protagonizaba
Damián Alcázar en la Ley de Herodes.