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El Manual de Maquiavelo 05-02-2021

Francisco Ledesma / ¿Precampañas electorales o componendas del poder?

Las precampañas electorales muy lejos están de representar un proceso democrático interno mediante el cual se definan a los candidatos a alcaldes y diputados locales de las distintas coaliciones y partidos políticos, por el contrario, se han convertido en un trámite de legitimación para establecer componendas de poder que posibiliten la imposición de las élites políticas en su propia postulación a los cargos de elección que se disputarán en junio próximo.

Desde hace un par de semanas, el calendario electoral puso en marcha las denominadas precampañas electorales, con características en común que ponen de manifiesto el talante antidemocrático de los partidos políticos: en su mayoría establecen condiciones hacia precandidaturas únicas que cierren el paso a cualquier posibilidad de elección interna, o bien, abren la puerta para que sean las cúpulas partidistas quienes determinen la designación de candidaturas.

En la convocatoria interna de cada partido político, se establece un periodo de registro de los aspirantes a alcaldes, diputados, síndicos o regidores, para visualizar quiénes están interesados en la contienda electoral, y desde esa circunstancia entrar en un proceso de negociación, y de pactos abiertos o secretos, que posibiliten precandidatos únicos, pero sobre todo la prevalencia de los grupos que dominan al interior de cada partido político.

Y está claro que, dentro del PRI mexiquense, el peñismo tiene una amplia ascendencia en la definición de sus candidatos; al interior del morenismo el Grupo de Acción Política marca el ritmo de la toma de decisiones; mientras que Enrique Vargas y sus aliados tienen el control en las asignaciones panistas.

En las precampañas, los precandidatos carecen de un plan de trabajo o un proyecto de gobierno. Lo que existe es, una serie de aspirantes que pretenden demostrar sus vínculos o padrinazgos políticos, o bien, su ascendencia territorial o clientelar para incidir en convertirse en candidatos a alcaldes o diputados.

La dominancia de las precampañas, es la ambición personal de quienes se creen merecedores de ser presidentes municipales, legisladores, síndicos o regidores, y cuyas posibilidades de lograrlo no están sujetas a sus capacidades políticas o profesionales, sino a sus relaciones con las élites del poder público; y en consecuencia a las componendas alcanzadas con otros grupos políticos.

El resultado hasta ahora es claro: la elección de candidatos identificados con las cúpulas partidistas, quienes participan en su segunda, tercera, cuarta, quinta o sexta elección, bajo el argumento de su experiencia política o su capacidad electoral, que en realidad es sinónimo de sus vínculos con el poder para mantenerse vigente en el privilegio que otorga una alcaldía o una diputación.

Al interior de los partidos, entre su militancia, lo que existe es un profundo desencanto, en la medida en que se imponen los candidatos de siempre.

Las precampañas también demuestran la fragilidad de las convicciones políticas o ideológicas, cuando priístas o panistas saltan a ser perredistas o morenistas para alcanzar sus ambiciones personales, y cuando los espacios se cierran, encuentran vacantes en el Partido Verde u otro partido emergente.

En el peor escenario posible, los electores se mantienen ajenos a esas precampañas electorales, reflejo de su apatía, su hartazgo, su desconfianza y su desaprobación con la clase gobernante. Quizá sólo un preámbulo del abstencionismo marcado de la próxima elección, frente a élites políticas que se resisten a cambiar por temor a perder el poder de la toma de decisiones, que parece más valioso que la competencia en las urnas.

La tenebra

Los más privilegiados, son aquellos candidatos que se ahorran el desgaste de una campaña, y aparecen en las listas de plurinominales, donde sin importar el resultado de sus partidos, tienen garantizado su espacio en el poder público durante los próximos tres años.