Francisco Ledesma / Las caras de la derrota
Atrás han quedado los tiempos del PRI apabullante, al cual le bastaba anunciar a su candidato a presidente de la república, gobernador o alcalde, para saber que el electorado se encontraba frente al futuro gobernante. Hoy, en el Estado de México -principal bastión electoral priísta- se debe partir de la premisa de que el partido en el poder ha perdido los tres comicios más recientes, en los que Morena se ha reivindicado como la principal fuerza política de la entidad.
Frente a un escenario desolador y preocupante para el régimen priísta, Alejandra del Moral busca obtener legitimidad y preferencias, a partir del cobijo de las élites políticas; las cuales antes se caracterizaron por su liderazgo y sus victorias, pero que hoy, se encuentran identificadas por la defenestración política y la marcada derrotada de la generación tricolor del siglo veintiuno.
En un canto victorioso, se presenta a Alejandro Ozuna en calidad de coordinador de la estrategia, perseguido por la derrota de su primogénito José Ozuna, quien compitió por una diputación federal en la hecatombe del 2018.
El PRI mexiquense ha otorgado espacios de decisión a personajes sobrevalorados en su espectro militante; y así enfrentar el desafío del 2023.
Eduardo Bernal que se ha cansado de perder elecciones en Baja California, pese al dispendio del hankismo en el estado fronterizo o Alberto Curi que inauguró la entrega del poder político en la capital mexiquense.
Ahí apareció Alejandro Fernández que cimbró al delmacismo con su derrota electoral el año pasado; o Fernando Maldonado que fue vencido por el panista, Enrique Vargas -con la complicidad de la dirigencia estatal priísta que dirigía Carlos Iriarte y Erasto Martínez-.
En los entresijos del poder, se incrusta Guillermo Zamacona como uno de los principales operadores políticos de Alejandra; aun cuando en su única elección fue derrotado, y para convertirse en diputado debió pugnar en tribunales, incluso en contra de mujeres de su mismo partido.
Es un despropósito pensar que las pérdidas electorales están asociadas a un grupo político al interior del priísmo, como lo ha pretendido hacer creer la otra aspirante que se resiste a declinar, bajo el supuesto de que ella ha ganado todas sus elecciones. La desaprobación del tricolor es generalizada y extensa.
Sin embargo, el PRI mexiquense apuesta a la operación electoral clientelar para afrontar el 2023; y es innegable que, el PRI ya no es el aparato invencible y avasallante. Hoy, resulta insostenible la premisa de que, la misma estrategia de promoción y activismo electoral que hizo ganar a Arturo Montiel, podrá ser la herramienta para mantenerse en el poder otros seis años con Del Moral. Y Martínez Orta permanece inamovible.
La movilización de electores, mecanizada como una forma democrática en la práctica priísta, hoy ya no es garantía de triunfo. Pero es incomprensible que se apueste a esta condición con personajes que han padecido la derrota en los últimos veinte años: Carolina Monroy, María Elena Barrera y Darío Zacarías, entre muchos más.
La generación que respalda a Alejandra del Moral -incluida la virtual candidata- ha padecido desde diferentes ámbitos políticos, electorales y familiares la derrota del PRI, ya sea producto del efecto Fox, o el efecto López Obrador; o incluso resultado del defecto de sus fallidas estrategias electorales.
Lo cierto es que, las élites priístas mantienen una operación electorera que ya no funciona, y la ven como solución para el 2023. Enfrentan el error de pensar que es lo mismo ganar una elección en Villa Victoria que en Texcoco, o que recuperar el poder en Atlacomulco es semejante en Ecatepec.
Atrás han quedado el poder hegemónico, pero parece que la lección no se ha aprendido.
La tenebra
El suicidio político sería pensar que si Eruviel ganó con la Efectiva, y Del Mazo con la tarjeta del Salario Rosa; a Del Moral le vendan la idea de otro nuevo plástico, o hacer campaña con una de las anteriores. Hoy, los programas sociales de la oposición son más robustos, son universales y con mejores ayudas económicas, y por lo tanto, con mayor rentabilidad electoral.