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EDITORIAL (08-06-2015)

El hartazgo social respecto de los procesos electorales y la clase política gobernante se expresó masivamente con su ausentismo ayer en las urnas, y un histórico abstencionismo cercano al 60 por ciento, lo que refleja que los procesos democráticos son insuficientes para posibilitar una verdadera participación ciudadana en la toma de decisiones del poder público.

El nivel de participación más bajo en el ejercicio democrático del Estado de México se había registrado en las elecciones locales de 2005, cuando los comicios a gobernador convocaron un escaso 42.7 por ciento de participación; seguido de las elecciones intermedias de 2003, cuando apenas acudieron a las urnas el 42.8 por ciento de los electores. Ayer la cifra se rebasó, con apenas un 40 por ciento de la lista nominal que se decidió a sufragar en los comicios de este domingo. Esto significa que a más de 6 millones de mexiquenses, de los once que conforman la lista nominal, simplemente desdeñaron las elecciones.

Con claridad, ni las estructuras partidistas pudieron dejar atrás el repudio social hacia sus gobernantes, que se envolvieron en campañas negras y una incesante guerra sucia por medio de filtraciones de escándalos que develaron una clase política corrupta, autoritaria e impune que abusa de su ejercicio de poder.

En el proceso electoral reciente, lo que faltaron fueron las ideas y las propuestas, hubo carencia de proyectos y proliferaron los ataques entre unos y otros.

Del otro lado, el Instituto Electoral del Estado de México también fue omiso en su tarea por incentivar los niveles de participación electoral, y selló de paso, un nuevo fracaso en su tarea permanente por activar la cultura democrática entre la población.

Para muchos, el abstencionismo facilita el triunfo de quienes cuentan con un voto duro sólido y consistente, sin embargo, refleja con amplitud que la ciudadanía no confía en sus autoridades electorales ni tampoco se siente representada por la clase política, que ha hecho del ejercicio del poder un abuso permanente para obtener canonjías personales y privilegiar intereses de grupo.

En medio de la crisis de credibilidad por la que atraviesa la élite del poder, parece una obligatoriedad que se generen esquemas de rendición de cuentas más eficientes, que posibiliten a la sociedad sentirse con capacidad de exigir resultados y de reclamar soluciones; pero además generar esquemas de estímulos y castigos, como la revocación del mandato para la clase gobernante que abuse del poder.

Aunque también de la ciudadanía se reclama la necesidad de tener una participación más activa para poder exigir a sus gobernantes, pues más allá del rechazo a sus políticos se denota apatía que no siempre resulta la mejor de las sinergias para construir una sociedad civil con alta responsabilidad en sus decisiones.

Con los resultados electorales de este domingo, nadie puede asumirse ganador en la medida en que se refleja que los partidos políticos han incumplido con su responsabilidad social de atender a sus gobernados, por lo que no pueden sentirse satisfechos ante la mera circunstancia numérica de haber ganado determinados municipios o distritos, donde todos presumen haber crecido electoralmente.

Los tres grandes partidos se ufanaron anoche de los triunfos que obtuvieron gracias a la movilización de las estructuras pero emborrachados de sus pírricas victorias no repararon en reconocer que en esta elección todos perdieron algo, tal vez más de lo que imaginan.

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