Redacción
Con el aplomo de ser mexiquense y en el corazón político de quien se sabe juega de local; Enrique Peña Nieto mostró el músculo y desplegó la maquinaria electoral con un brazo ejecutor que logró movilizar cerca de 30 mil personas hasta la capital mexiquense para bajar el telón de una campaña electoral que se articuló como un melodrama con una pareja protagónica que parece indisoluble en la intención del voto, y que es impulsada en gran medida por la actriz Angélica Rivera.
En el cobijo de la vieja guardia, se dio el espaldarazo al rostro del nuevo PRI que recurrió al acarreo como la forma por antonomasia de convocar a sus simpatizantes. Allí en primera fila estaban Alfredo del Mazo, Alfredo Baranda, Ignacio Pichardo y César Camacho, en su calidad de ex gobernadores del estado.
Los coordinadores parlamentarios Francisco Rojas –mexiquense por cierto-; y Manlio Fabio Beltrones también acompañaban al aspirante presidencial. La esperanza del regreso al PRI a Los Pinos también auspiciada por Pedro Joaquín Coldwell –dirigente nacional del tricolor-; y Carlos Hank Rhon, el primogénito del profesor que fundó el emblemático Grupo Atlacomulco, el más poderoso en el Estado de México, y que se encuentra a un palmo de arribar al poder presidencial.
Las grandes ausencias: Emilio Chuayffet y Arturo Montiel. El ex mandatario sumido en la ignominia por el escándalo político estaba presente a través de sus alfiles; ahí se distinguían Benjamín Fournier, Rafael Ochoa, Eduardo Segovia, entre otros, incluida Ana Lilia Herrera Anzaldo, candidata al Senado de la República.
En la retórica de los presentes, la figura emblemática de Adolfo López Mateos resonó en el imaginario colectivo. La incesante idea de que otro mexiquense se convierta en Presidente de México fue una constante que retumbó en la oratoria de Martha Hilda, Eruviel y el propio Peña Nieto.
La movilización simplemente fue inédita. La plancha de la Plaza de los Mártires estaba a reventar. Los ríos de gente desbordaban las calles Independencia, Bravo y Lerdo hasta Juárez. A su llegada, Enrique Peña no abandonó su estilo, saludó, besó y apapachó a sus seguidores. Las fotografías posadas, y una pasarela que se volvió costumbre a lo largo de 90 días de campaña.
El tránsito colapsado de sol a sol. Autobuses que desbordaban las calles. La marea roja que iba al encuentro de su líder. El retorno del PRI que para muchos ya resulta inevitable. El Grupo Atlacomulco que mostró el músculo. Y el Estado de México que busca ratificar su condición de bastión electoral.
Un escenario que se volvió estampa. Desde Palacio de Gobierno hasta el Cosmovitral, pasando por la Catedral y la Legislatura Local. Los edificios emblemáticos como testigos de la escena histórica. Y un candidato que está seguro de hacer historia, bajo una candidatura manchada por los estigmas de la imposición, del montaje y de un reacomodo de fuerzas.
El objetivo muy claro: Regresar al PRI a la Presidencia de la República, y sentar ahí al hijo pródigo del Grupo Atlacomulco. Un melodrama que parece llegar a su final, y estar muy cerca de su meta.
La familia priísta solamente quiere un final feliz.