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El Manual de Maquiavelo 08-07-2022

Francisco Ledesma / Los centauros del poder político

“Un político pobre, es un pobre político”, es una frase acuñada a Carlos Hank González, el máximo representante del Grupo Atlacomulco del siglo XX, para reivindicar su legado entre la clase gobernante mexiquense, bajo el concepto de amasar fortunas personales y en enorme patrimonio, legitimados a lo largo de la historia por la imbricación de la actividad política con la empresarial.

En la víspera, el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador ha lanzado una acusación en contra del expresidente, Enrique Peña Nieto por presuntas operaciones con recursos de procedencia ilícita, pero en la misma indagatoria, le ha dado el beneficio de la duda como accionista empresarial.

Se trata de un modelo instalado desde el sexenio de Miguel Alemán, cuando incorporó a su gabinete a destacados empresarios, bajo el concepto de una revolución institucionalizada que dio nacimiento al PRI, y en el que el gobierno tendrá un paternalismo empresarial acompasado de una floreciente corrupción.

Desde el régimen político, se transitó de los “caudillos” revolucionarios hacia la época de los “centauros” -mitad empresarios, mitad políticos-, en cuya ecuación Hank supo leer los nuevos tiempos políticos; y se acercó a los hombres de poder para hacer crecientes sus negocios desde la alcaldía de Toluca hasta la regencia del Distrito Federal; desde Isidro Fabela hasta José López Portillo.

Carlos Hank abandonó el salón de clases, para dejar de ser un profesor rural y convertirse en un destacado político y empresario. Entre sus primeros negocios, se identifica la compra de predios -bajo el impulso de Isidro Fabela-, para revenderlos con altos dividendos económicos, producto de la especulación inmobiliaria y la protección gubernamental para reconocer zonas de plusvalía.

En su ascenso al poder, como director general de CONASUPO, se convirtió en el principal proveedor en la transportación de todos los artículos de venta de dicha dependencia gubernamental. La bonanza empresarial fue altamente generosa.

Como regente del Distrito Federal, se convirtió en el ideólogo de los ejes viales para resolver los problemas de movilidad que aquejaban a la capital del país; pero con un alto beneficio personal se consolidó en el constructor de la infraestructura urbana que transformó y endeudó a la gran ciudad.

Los sucesores mexiquenses, aprendieron sus enseñanzas, y replicaron el modelo del centauro para convertirse en prominentes empresarios y proveedores del gobierno; todos perseguidos por las acusaciones de enriquecimiento personal.

César Camacho, es actualmente un empresario vinícola, a quien se ha señalado consistentemente de haberse beneficiado de recursos presupuestales públicos destinados al apoyo de viñedos, cuando se desempeñaba como diputado federal.

También, el exgobernador Arturo Montiel sufrió la defenestración política, acusado de un enriquecimiento inusual, razón que lo llevó a renunciar a sus aspiraciones por convertirse en candidato presidencial en octubre de 2005.

En su relatoría, justificó su patrimonio personal, desde su primer trabajo como lavador de coches, hasta evolucionar en empresario prominente de cocinas, que le permitió acumular casas y departamentos en zonas residenciales.

A la distancia, Enrique Peña logró sortear las acusaciones de su riqueza personal por más de veinte años, lo que le permitió ser electo gobernador del Estado de México, y presidente de la República, a pesar de la sospecha de corrupción.

Más allá de las consecuencias políticas y judiciales en su contra, dentro de una investigación en curso, el legado de Carlos Hank parece estar más vigente que nunca; y eso no necesariamente es una buena señal democrática.

La tenebra
Las fortunas construidas al amparo del poder, tienen un alto tufo de corrupción. Y está claro que, detrás de la investigación contra el peñismo, vendrán chivos expiatorios para alimentar un poco la sed de justicia en tiempos electorales.

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