Juan Carlos Núñez Armas*
Actualmente, podemos decir que todos presumimos de ser demócratas. Además, en una gran mayoría de países, difícilmente encontraríamos un político que no se defina de esa manera. Antonhy Giddens se plantea una disyuntiva importante entre la distancia que han mantenido el viejo conservadurismo y el socialismo revolucionario. Sin embargo, la gran duda suele ser sobre la eficiencia de las instituciones democráticas.
En días pasados fuimos testigos de la reunión de jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Centroamericanos y Caribeños (Celac). Las notas que llamaron la atención, más que la información sobre los acuerdos, fueron las posturas de los presidentes de Cuba y Venezuela (además Nicaragua) en contra de sus pares de Uruguay y Paraguay, sobre la falta de democracia que estos segundos refirieron en los países de los primeros.
Durante la década de los 90, paulatinamente, en gran parte del mundo se sustituyeron los modelos autoritarios, o de partido único, por regímenes democráticos, bien fueran de derecha o de izquierda. Así, la democratización universal ha avanzado a un fenómeno que Fukuyama llama enfoque ortodoxo, simple y sencillamente porque la democracia es el mejor sistema político y lo que está pendiente son buenos dirigentes políticos. Como decía Pepe Mujica “el poder no transforma a las personas, sólo revela quiénes realmente son”.
Antes del florecimiento de la democracia, fuimos testigos de cómo, con el paso del tiempo, el comunismo se hizo inaceptable por autoritario e ineficaz económicamente. No necesitó de ningún ataque del exterior, se derrumbó desde adentro. Además, los movimientos de oposición a este régimen encontraron gran respaldo ciudadano y tuvieron éxito.
En Latinoamérica una buena parte los gobiernos autoritarios, que decían mantenerse en la vía que conducía al socialismo, han fracasado durante dos décadas y, algunos se han convertido en una democracia liberal. En consecuencia, me pregunto, ¿estamos observando el fin de la evolución ideológica? Ahora es claro que la democracia tiene procedimientos definidos que le permiten alcanzar la legitimación de su propio poder sin necesidad de baños de sangre resultado de la lucha por alcanzarlo, en eso se basa una gran parte de su prestigio.
Esta democracia liberal, de la que habla Giddens, es la del imperio de la ley, del derecho a la libre expresión y del derecho a la propiedad; es el régimen político del derecho a votar y asociarse para elegir un gobierno propio, cuyas elecciones son periódicas, multipartidistas, con voto secreto, sufragio universal e igualdad de todas/os las/os ciudadanas/os.
Ya desde el 2005 Felipe González, expresidente del gobierno español, señalaba, en la sede de la OEA, que el reto de América Latina era tener democracias más eficientes, que debieran disminuir el populismo ideológico, para dar paso al pragmatismo en crecimiento y redistribución del ingreso. Vale la pena aclarar, para dar el valor preciso a las palabras, que el pragmatismo al que se refería González es el que va de las ideas a la práctica.
La democracia, decía el expresidente español no es una ideología ni garantiza un buen gobierno. La izquierda se preocupa mucho por redistribuir la riqueza, pero no de generarla y, por su parte, la derecha crea riqueza, pero no se preocupa de redistribuir el excedente. Y concluía que el gran reto es generar infraestructura de energía, agua, telecomunicaciones y educación.
Si revisamos someramente algunos datos, por ejemplo, el índice de competitividad Estatal 2021 publicado por el IMCO, la CDMX ocupa el primer lugar con 67.27 puntos, y el Estado de México el 21. Este parámetro habla de la capacidad estatal para generar, atraer y retener talento e inversiones, en otras palabras, nos refiere qué tan atractiva es una entidad y en qué medida puede alcanzar mayor productividad y bienestar para sus habitantes.
En otros parámetros, un sistema político estable y funcional, que mide la inclusión democrática y las condiciones que propician una sana competencia política con amplia participación ciudadana y rendición de cuentas, Yucatán ocupa el primer lugar con 75.56 puntos, la CDMX el lugar 25 y el Estado de México el lugar 29.
Así las cosas, los sistemas políticos deben centrarse no sólo en desarrollar la democracia, sino en que, además, sea eficiente, que considere los intereses de las/os ciudadanas/os, con diversos mecanismos de participación y consulta y con rendición de cuentas. Esperemos que en los próximos gobiernos se incluyan a más ciudadanas/os y organizaciones de la sociedad civil en el proceso de elaboración de las políticas públicas.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM. Y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.
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