Francisco Ledesma / El reloj suizo de la elección
Tras las elecciones del pasado 6 de junio, el delmacismo dio un golpe de autoridad, muy a pesar de quienes desconfiaban de su operación política, de sus acciones de gobierno y de sus bajos números de su aprobación como gobernante, en lo que se advertía se convertiría en una nueva derrota frente a la oleada morenista como antesala a la entrega de la gubernatura en 2023.
Uno de los elementos de análisis mal encausados, consideraba que la alta aprobación de la figura presidencial de Andrés Manuel López Obrador frente a la baja evaluación del gobernador Alfredo Del Mazo Maza, sería un ejercicio demoscópico que se trasladaría al terreno de las preferencias electorales para impulsar a Morena a una victoria histórica, y sería una lápida para el priísmo que había sido obligado a pactar una coalición con el panismo para sobrevivir.
En una segunda premisa, se advertía que, el mandatario en turno apostaba a los operadores políticos responsables de las dos elecciones recientes en las que, el PRI mexiquense había sucumbido en las urnas: la de gobernador en 2017 y la presidencial de 2018; en las que Alejandra del Moral y Ernesto Nemer eran apuntados como responsables de la debacle, y con nulas posibilidades de recomponer un escenario desolador para todas las apuestas políticas.
Además, la acción de gobierno se veía reducida al Salario Rosa como programa insignia de la actual administración, el cual además sería insuficiente para convencer a las estructuras electorales de votar de nueva cuenta por el priísmo local, y cuya entrega generaba profundas dudas, ante el riesgo de generar un voto de castigo desde quienes no han sido beneficiarias de ese apoyo asistencial.
A eso se sumaba una robusta estructura gubernamental opositora, que confiaba en la popularidad de la figura presidencial; el reparto de sus programas sociales para jóvenes estudiantes y adultos mayores como incentivo clientelar; y el ejercicio del poder como mecanismo para reivindicar lo avanzado hace tres años.
Sin embargo, se dejó fuera del análisis que, muy a pesar de la alta votación registrada el pasado domingo sobre el 52 por ciento de participación, muy difícilmente Morena alcanzaría los treinta millones de votos que llevaron a López Obrador a ser el presidente más votado en la historia del país.
En el Estado de México, la votación morenista se desmoronó en casi un millón 500 mil electores. En contraste, el priísmo mexiquense funcionó como reloj suizo con un sufragio que se ha vuelto consistente en un millón 600 mil votantes.
Eso permitió tener una elección de alta competencia; y posibilitó que el PRI tuviera más votos que sus aliados del PAN y el PRD en municipios en los que había sido arrojado al tercer y cuarto lugar electoral en los comicios de 2018.
El elector mexiquense demostró su volatilidad frente al hartazgo con la clase gobernante, pero afianzó un voto duro a favor del PRI en los últimos veinte años.
Una conclusión contundente es que, una alta aprobación del gobernante en turno no se traduce en voto a favor del partido que representa y viceversa; y eventualmente el desgaste de los gobiernos municipales pudo ser un factor relevante en la toma de decisiones del votante al frente de la boleta electoral.
El priísmo mexiquense logró la reconstrucción acostumbrada de elecciones intermedias, como en 2003 y 2009. En el escenario político dejó de perder votantes para ganar en 50 municipios, aunque asume que una decena de ellos no habrían sido posible sin la suma de panistas y perredistas.
El delmacismo ha dado un respiro, para recomponer su condición frente a la elección de gobernador que deberá sortear dentro de dos años.
La tenebra
Ganó la marca en el último bastión electoral que le queda, muy a pesar del desprestigio; muy a pesar de tener malos candidatos; muy a pesar de la alianza que la militancia percibió con agravio; muy a pesar de tener un escenario desolador. Ganó la marca.